Una niña que dejaba atrás sus muñecas de porcelana victorianas y ahora llenaba sus estanterías con cajetillas de cigarros vacíos, botellines de cerveza barata y trozos de papel con números de teléfono de hombres sin cara para ella.
La pobre damisela eternamente en apuros se convierte en la mala de la película, siempre han dicho que todo rompecorazones empezó con su propio corazón partido, tal vez por eso siempre jugaba con ventaja.
Su reino le aburrió y nunca más volvió a ser la princesa que solía ser, aunque la verdad era que el negro le sentaba genial.