viernes, 4 de noviembre de 2011


Tengo miedo, demasiado miedo para dormir cada noche, la cabeza me bombardea con imágenes que me empiezo a cuestionar si tan siquiera son verdad. La habitación completamente a oscuras, no salgo de ella y tan solo me recorren tinieblas por la mente y la única cosa que anhelo es que la oscuridad me abrace, de la misma manera que abrazó a mi hermano hace tan solo varias semanas. La gente me mira como si fuera yo el que acababa de morir, pero no los culpo mi aspecto no es mucho mejor del que podía tener mi hermano minutos antes de cerrar la cremallera de una bolsa de plástico.

-Te arrepentirás, lo sé.- Mi otra mano acarició su cara lentamente sintiendo la frialdad de su piel. Ese contacto era mi punto de unión con él. Me pasaría horas, días, meses, años, la eternidad en esa postura.- Llorarás y volverás a odiarme.- ¿Odiarlo? Nunca lo había hecho realmente. El odio es algo que permanece y no se borra, pase lo que pase. Lo odiaba, claro que lo hacía, pero no se podía llamar "odio" a algo que estaba tan arraigado con un sentimiento mucho más fuerte.





Darme cuanta como en un par de horas puedes sentirte de caminar sobre una tierna nube de algodón a traspasar el peor desierto sin una botella de agua, sentirte como la última persona en el mundo, como el lugar más alejado, como el insecto más pequeño, como el ser más insignificante en un mundo de gigantes, no comprender porque notas ese quemazón en la garganta o porque te escuecen los ojos...