lunes, 15 de septiembre de 2014

El sonido de la cafetera inundaba cada rincón de su pequeña casa de pueblo, el olor le producía esa tranquilidad interna que solo podía superar el sonido de las olas romperse contra las rocas, su recuerdo más dulce de la infancia. El silencio reinaba en ese momento, se encontraba sentada en el alfeizar de la ventana, absorbiendo los rayos de un sol tímido que asomaba valiente entre las nubes mientras leía una de esas viejas novelas de amor imposible que tanto le gustaba coleccionar a su abuela, la mañana era su momento favorito del día, podía dedicarse a ella misma al completo, antes de salir a trabajar.
Le gustaba estar sola en ese momento, ni tan siquiera cuando aún vivía su abuela y compartían casa, permitía que le rompiera ese momento de paz.

Pero odiaba la soledad, y la idea de seguir viéndose así, le asustaba aunque no lo demostrara demasiado, no le gustaba mostrar sus sentimientos a la gente, siempre pensó que contar demasiado hacía a la gente débil ante los ojos de los otros. Tal vez por eso algunas veces sus escasos amigos del pueblo le discutieran su forma de ser fría y callada, pero ella seguía pensando que no es necesario hablar cuando las cosas importante no se expresan en palabras.



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