Ninguna
noche ha durado para siempre, ni tan siquiera cuando la luna se esconde y las
estrellas se apagan, dejando un manto tan oscuro y siniestro, que no quieres
salir a la calle.
Ahora las mañanas eran luminosas y musicales, los viejos discos de jazz de su
abuelo sonaban desde que sus ojos se abrían, bailoteaba por la cocina mientras
preparaba su desayuno, aunque seguía sin cambiar su amargo café y su lectura tranquila
al sol, tal vez las cosas buenas no tienen que cambiarse.
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